l 2 de octubre es una fecha emblemática. Ese día representa, en muchos sentidos, lo mejor de la sociedad mexicana, porque alude al gran movimiento estudiantil que, durante dos meses, llevó a cabo una de las transformaciones más importantes de nuestra historia a través de una huelga general estudiantil, que tomó las calles para exigir pacíficamente libertades políticas y democracia, que a través de miles de brigadistas supo vincularse con las colonias y barrios populares, con los trabajadores de las zonas industriales, con campesinos, con empleados públicos, con la comunidad intelectual y artística. El 68 fue una gran fiesta juvenil, de enorme creatividad e ingenio, que tuvo la capacidad de hacerse ver y oír con formas inéditas que le ganaron la narrativa al Estado mexicano y lo evidenciaron como un gobierno represor, incapaz de atender las demandas de diálogo público, apertura y democracia. Representa lo mejor también, porque creó una organización admirable, de democracia directa, participativa y representativa a través de las asambleas de las escuelas y de sus representantes electos, que podían en cualquier momento ser removidos, y que llevaban su voz al Consejo Nacional de Huelga. Finalmente, el 2 de octubre es memorable por la solidaridad popular que consiguió, por el apoyo y simpatía hacia sus demandas y su lucha, y porque fue el punto de partida de una gesta que continuó en los años siguientes, donde la generación del 68 fue protagonista central en el derrumbe del sistema autoritario y en la transición a la democracia, además de dar un enorme impulso a las luchas populares. Todo esto hace ejemplar al movimiento estudiantil de 1968, que debe ser recordado por eso y no sólo por la terrible tragedia que ocurrió el 2 de octubre.
Y así como el 2 de octubre no se olvida, tampoco olvidamos el 26 de septiembre de 2014. Ese día, fueron reprimidos y desaparecidos 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa. Y aunque es una fecha trágica que no merece perdón ni olvido, sino memoria, justicia, reparación del daño y garantía de no repetición, no debe ser recordada sólo por la tragedia, sino por la lucha que representa. Porque esos 43 compañeros que nos faltan son parte de lo mejor de México. Su ejemplo simboliza la lucha de miles de jóvenes estudiantes, hombres y mujeres, de maestras y maestros normalistas, de madres y padres de familia, de compañeras y compañeros solidarios de sus comunidades rurales que han logrado que permanezca un modelo de educación popular en beneficio de los más pobres, a pesar de las múltiples represiones, asesinatos, detenciones y agresiones de las que han sido objeto las normales rurales desde que fueron creadas.
La lucha de Ayotzinapa, de las víctimas sobrevivientes, de sus compañeros, de sus familiares, de quienes se solidarizan con la búsqueda de los 43 ha servido para hacer visibles a las normales rurales, para que sean reconocidas, para que se den cuenta de que no están solas, y les ha dado aliento para resistir. La de Ayotzinapa es una lucha nacional, con resonancia internacional que ha generado una amplia solidaridad que debe contribuir a que haya verdad y justicia. Por eso, el 26 de septiembre no se olvida.
Y, sin embargo, el 2 de octubre y el 26 de septiembre también representan en muchos sentidos lo peor de la realidad mexicana. En el 68, se evidenció el carácter autoritario y represor del Estado mexicano; su incapacidad de entender las demandas de libertad, democracia y justicia de los estudiantes. El régimen de partido de Estado respondió con una campaña de difamación y escarnio, utilizando a todos los medios de comunicación que controlaba. Movilizó por la fuerza a los burócratas; amenazó al movimiento desde la Presidencia de la República y estableció un estado de sitio, con el Ejército patrullando las calles, asaltando las instalaciones politécnicas y universitarias y reprimiendo con la fuerza pública a los estudiantes, hombres y mujeres jóvenes, que defendían con lo que podían sus escuelas. Finalmente, el 2 de octubre ocurrió un crimen de Estado en el que participaron el Ejército, el Estado Mayor Presidencial, la Secretaría de Gobernación y la Presidencia de la República. Cientos de estudiantes fueron masacrados, arrestados y encarcelados. Se justificó la masacre aludiendo a una conspiración que buscaba desestabilizar al país. Y, lo peor es que ese crimen quedó impune. Nunca se investigó ni castigó a los responsables materiales ni intelectuales.
En Ayotzinapa ocurrió también un crimen de Estado en el que participaron policías locales, estatales y federales, con la complicidad o complacencia de militares, crimen en que estuvo involucrado el presidente municipal de Iguala. Los asesinos materiales fueron sicarios de la organización criminal Guerreros Unidos . Lo ocurrido esa trágica noche fue una operación coordinada donde todas esas instancias estuvieron vigilando, en tiempo real, la masacre perpetrada por los asesinos. Y, como en 68, una operación de Estado buscó borrar el crimen, deslindando al gobierno federal y al estatal y responsabilizando sólo a los criminales y las autoridades de Iguala, construyendo una falsa verdad histórica. Nueve años después, aunque ha habido avances en la investigación, seguimos esperando encontrar a los 43 estudiantes que nos faltan, conocer la verdad, que se aplique la justicia y se castigue a los autores intelectuales y materiales del crimen.
* Director general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México