Opinión
Miércoles 1º de noviembre de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La construcción de la tolerancia religiosa en México
Carlos Martínez García /II
D

e la discusión de ideas sobre la conveniencia, o no, de la presencia del protestantismo en México, se transitó a la polémica sobre los efectos de su presencia realmente existente. Ya no se trataba de polemizar sobre un arribo hipotético, sino de la irrupción del extraño en el escenario público mexicano posterior a la independencia de España.

Es un hecho que hacia 1824, en la capital del país, eran residentes varios protestantes, algunos de ellos ocupados en cuestiones comerciales, y otros como representantes diplomáticos. ¿Cuántos de ellos transmitieron sus creencias a mexicanos? Por lo que escribe sobre la intolerancia religiosa y sus críticas al clericalismo católico, así como sobre la imprescindible apertura del país a creyentes de otros credos, parece muy factible que Fernández de Lizardi haya tenido conocimiento, y tal vez trato directo, con protestantes extranjeros.

James Thomson, escocés de confesión bautista, quien había recorrido a partir de 1818 varios países latinoamericanos como enviado de la organización protestante Sociedad Bíblica Británica y Extranjera (SBBE), llega a la Ciudad de México el 17 de mayo de 1827. Lizardi muere en la misma urbe en la que recién se ha instalado Thomson, consumido por la tisis a las cinco y media de la mañana del 21 de junio, de acuerdo con María Rosa Palazón, experta en vida y obra del personaje. Apenas y existe poco más de un mes de intervalo entre uno y otro acontecimiento. Thomson no alcanza a conocer a Lizardi, crítico del predominio religioso de la Iglesia católica, ferviente convencido del método lancasteriano y partidario de la lectura de la Biblia sin la supervisión del clero.

En el arribo de James ( Diego, nombre que usó en su periplo latinoamericano) Thomson a México tuvo que ver una posible invitación del representante diplomático del gobierno mexicano: Vicente Rocafuerte. Éste, de origen ecuatoriano, se unió a la lucha contra el emperador Agustín de Iturbide, y defendió la tolerancia de cultos, cuyo objetivo era el de permitir la libre práctica de los diferentes credos [y así] facilitar la inmigración protestante. Para él era fundamentalmente una libertad civil, no un mandato religioso, apunta el investigador Gustavo Santillán.

En Londres, Rocafuerte y Thomson escribieron un documento para presentarlo en la segunda Conferencia Panamericana, en Tacubaya, a la que asistirían ­diputados de las independizadas naciones latinoamericanas, con el fin de confeccionar un proyecto común para la región. El congreso no pudo instalarse plenamente por distintas causas, pero Thomson ya había emprendido el viaje hacia México.

Durante el trienio 1827-1830 que Diego Thomson reside en territorio mexicano y viaja extensamente con el objetivo de distribuir la Biblia impresa por la SBBE –la traducida por el sacerdote católico español Felipe Scío de San Miguel, pero sin libros deuterocanónicos (que algunos llaman apócrifos)– encuentra tanto dificultadas, las más, como rendijas y oportunidades para su causa.

Diego Thomson tuvo como centro estratégico y logístico la Ciudad de México. Además de actividades en la capital del país hizo difusión y venta de materiales bíblicos en entidades como Veracruz, Querétaro, Guanajuato, estado de México, Jalisco, Aguascalientes, Zacatecas, San Luis Potosí, Puebla, Tlaxcala, y Oaxaca. Volvería para una segunda visita de dos años, 1842-1844, en la que mayormente concentró sus esfuerzos en la península de Yucatán.

Mientras las leyes del país prohíben el ejercicio de cualquier otra religión distinta a la católica romana, y la normativa establece que los extranjeros que desearan avecindarse en el país debían ser católicos; en la realidad pequeños resquicios permiten que vivan en México algunos protestantes (comerciantes, diplomáticos y sus familiares) y exista la práctica privada de un culto que no es el protegido por la legislación nacional.

En 1829 y 1830, cuando yo residía en la Ciudad de México, escribió Thomson, varios de nosotros nos reuníamos para adorar todos los domingos en una de las principales calles de la ciudad, calle de Plateros [hoy avenida Madero], donde tuvimos nuestros servicios protestantes, los cuales acompañamos con cantos. A veces teníamos mexicanos presentes con nosotros, y nuestra reunión era bien conocida por muchos, pero nunca nos molestaron.

Ante la cerrazón mental dominante, la que Carlos Monsiváis llamó aduana de las ideas (tú sí pasas, tú no), José María Luis Mora salió en defensa de Diego Thomson. Lo hizo el 31 de octubre de 1827, en El Observador de la República Mexicana. Además de encomiar el objetivo de la SBBE y la tarea realizada por Thomson (¡Al cabo los ingleses vendrán a hacer hoy lo que debiéramos noso­tros tener hecho desde hace tres siglos!), Mora eligió para dar a conocer su posición el mismo día, pero de 1517, en que Lutero hizo públicas las 95 tesis contra las indulgencias. ¿Fue azar, o Mora quiso decir algo más?