Domingo 29 de octubre de 2023, p. 9
En ciertos lugares que rodean al autódromo Hermanos Rodríguez se extienden imágenes difíciles de asociar con una pista de carreras. Personas disfrazadas de catrinas y calaveras alegres recordando a sus fieles difuntos; familias enteras con la indumentaria de pilotos de Fórmula; devotos de San Judas Tadeo que peregrinan hacia su iglesia, en medio de numerosos monumentos y cortes viales, porque es 28 de octubre y esa noche se rinde culto. Poco importa que ese triángulo de cristales parezca un delirio futurista. Cada gran celebración ocurre en el mismo espacio y con sus propias señales de identidad: el Gran Premio de México, los festejos del Día de Muertos y la misa del santo patrono de las causas perdidas.
Los vendedores miran desde la calle ese desfile de gente, pero sólo participan como testigos. Hay casos excepcionales en los que un peregrino entra en contacto con algún producto en los puestos de ropa o se detiene a mirar por la tv lo que pasa con los equipos. De ese modo, el deporte motor también combina fuerzas habitualmente separadas. Si los estratos sociales marcan una frontera en la compra de boletos, la inventiva callejera lo transforma con placer escenográfico.
Todos, sin importar el origen de sus fiestas, se reúnen en puestos de comida, estaciones del Metro y alcaldías adaptadas como FanZones, para apoyar al mexicano Sergio Pérez y su Red Bull. De forma curiosa, la práctica y clasificación del sábado sirven para eso. Sus reacciones permiten entender la carrera de otro modo, encontrar en ella una intención creativa que sólo se debe al accidente de coincidir en el mismo sitio y a la misma hora.
Somos la mejor afición del mundo
, presume un hombre disfra-zado con una cabeza de catrín, hecha con cartón de huevo y papel mache. ¿Qué importa de dónde venimos? Aquí sólo queremos que Checo gane
. No es necesario moverse muchos metros para mudar al mismo escenario. Como cada atracción ocurre en un espacio provisto de gente, el Gran Premio se desplaza a sí mismo hacia afuera, adquiere una piel distinta lejos de toda proporción millonaria entre aquellos que lo miran a través de una patalla.
Las gorras y camisetas oficiales de los equipos crean un espejis-mo de singularidad en las calles. Son los baluartes del consumo. Se proponen como exclusivos
, pero rara vez lo son. Las más económicas se venden en mil 500, pero hay también chamarras de 3 mil y 4 mil pesos, dependiendo de la escu-dería
, afirma un vendedor a las afueras de la estación Ciudad Deportiva, uno de los puntos donde concurre un gran número de usuarios del Metro. Dentro de esa di-ferencia de costos, la indumentaria roja de Ferrari supera por mucho cualquiera de las versiones disponibles con el número 11 del tapatío.
Con ese dinero mejor hacemos la despensa de dos meses
, refunfuña uno de los fieles de San Judas Tadeo, cuyo último destino es el templo ubicado en el centro de la ciudad y prefiere acelerar su paso acompañado de su familia. La fiesta se desintegra cuando la calificación para este domingo está resuelta. No es tan malo el quinto lugar para el piloto mexicano
, aseguran los especialistas en la transmisión de la carrera clasificatoria y algunos del otro lado se convencen. Otra vez a remar contra la corriente.
Vista desde las alturas, la Magdalena Mixihuca parece una mancha urbana que encuentra sentido en situaciones como ésta. Sus principales vías, atiborradas de coches, siguen siendo reconvertidas en estacionamientos móviles, donde las tarifas van de 450 a 500 pesos. Ningún negocio se practica tanto como éste por los vecinos de la zona. Lo peculiar es que, en medio de ese paisaje caótico, abundan disfraces y actos de fe que configuran otra forma de vivir la carrera.