Opinión
Miércoles 25 de octubre de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La jauría y el hueso
Juan Becerra Acosta
T

ras el surgimiento del PNR en 1929 –organización política que en 1946 cambió sus siglas a las del PRI–, los ideales de Zapata y Villa y la lucha por la que murieron entre 2 y 3 millones de mexicanos cayeron en la traición de políticos que institucionalizaron la transa para convertir el cargo público en una lotería y servirse de él. Aquella deslealtad que durante años les redituó, es también el cebo que atrae esa voracidad que los llevó a terminar devorándose unos a otros en un frenesí político detonado por la ambición de poder.

La cargada se sistematizó en una jauría cuyo único ideal es, y ha sido, ese hueso por el que quienes, siempre a la caza de un puesto, son capaces de destazar a su compañero de manada en un ataque que, como el de los perros, suele darse bajo la mirada de su dueño para que dirima quién es el que sigue en la jerarquización de la jauría.

Después de casi siete décadas de abusos y saqueos del PRI, y vísperas del proceso electoral de 1988, surgió en el partido una corriente crítica, la Corriente Democrática, que propuso modificaciones en políticas económicas, democratización dentro de la organización política, y a Cuauh­témoc Cárdenas como precandidato, quien no fue registrado, por lo que la corriente se deslindó del PRI para convocar a organizaciones civiles y partidos políticos a integrar el Frente Democrático Nacional.

Menos de seis meses le tomó al FDN poner en jaque siete décadas de hegemonía priísta. Vimos la posibilidad de contar con un gobierno que representara intereses populares y no los que disfrazados por tanto tiempo con demagogia empobrecieron a un país rico. Pero el fraude lo impidió y, textualmente, el régimen nos metió el pelón (Salinas) a la fuerza y con él también políticas neoliberales con las que los ciudadanos fueron convertidos en consumidores que, debido a que la libertad se ejerció a través del gasto, por ser pobres perdieron derechos.

En octubre de 1988 se publicó el Llamamiento al Pueblo de México que convocó a la Organización del Partido de la Revolución Democrática, que, finalmente, utilizó el registro del Partido Mexicano Socialista para reagrupar a la izquierda mexicana que comenzó, poco a poco y una vez más, a institucionalizarse, y con ello también a adoptar viejas inercias para, con el falso discurso del progresismo, retroceder mientras operaba de la misma manera en que lo hicieron aquellos de quienes decían diferenciarse. Terminaron con la voracidad de una jauría repartiéndose candidaturas a sillazos para después levantar la mano del PAN y del PRI. A eso llevó al PRD la creación de tribus endogámicas que, insaciables, se cegaron ante el olor del hueso. El PRI no se crea ni se destruye, sólo se transforma.

México vive una transformación que se perfila a su tercer capítulo. El primero fue la fundación del movimiento que lo impulsa, el de la Cuarta Transformación y su llegada a través del mandato popular al gobierno; el segundo es el ejercicio de ese gobierno en función del cumplimiento del proyecto; el tercero será la consolidación a través de su segundo piso, encabezado por Claudia Sheinbaum, relevo de Andrés Manuel López Obrador no sólo –en caso de ganar las elecciones– al frente de un gobierno, sino también de un movimiento que nace de y para un proyecto que atiende una causa.

El proceso de selección de la candidatura en la Ciudad de México ha hecho despertar en varios a un priísta interior que filogenéticamente parece determinar la voluntad de quienes encuentran en la izquierda sólo el vehículo para no perder privilegios de derecha. Para que dejen de infiltrarse viejas inercias en la izquierda, y con ello avanzar, es necesario leer sin pasiones, sectarismos e intereses endogámicos, que quienes van a decidir quién será el candidato de Morena en la capital son los ciudadanos.

Cada quien con su simpatía, pero tener claro que no es dicotómica del proyecto. Se trata de un proceso interno que más allá de la polarización debe llevar a un encuentro de los adeptos de quien no gane a quien sí lo logre, con miras no sólo en la elección de la capital del país, sino también en la presidencial y en el Legislativo.

La transformación implica que la izquierda no vuelva a perder el rumbo, para ello los simpatizantes tanto de Clara como de Omar deben tener claro que Claudia Sheinbaum es su coordinadora, y de ahí leer con inteligencia sus movimientos, no subestimarla, quienes lo han intentado quedaron varados en el camino. Las encuestas decidirán a los candidatos, nadie más, mucho menos esa jauría que, insaciable, es capaz de devorar a sus compañeros por un simple hueso.