Martes 24 de octubre de 2023, p. 5
Es una historia familiar: en tiempos prehistóricos, los hombres eran cazadores y las mujeres eran recolectoras porque no eran físicamente capaces de cazar, pues su anatomía era diferente a la de los varones. Y debido a que ellos eran cazadores, impulsaron la evolución humana.
Sin embargo, esa historia no es cierta, según una investigación de Sarah Lacy, de la Universidad de Delaware, que se publicó recientemente en Scientific American y en dos artículos en la revista American Anthropologist.
Lacy y su colega Cara Ocobock, de la Universidad de Notre Dame, examinaron la división del trabajo según el sexo durante la era paleolítica, hace entre 2.5 millones y 12 mil años. A través de una revisión de la evidencia arqueológica actual y la literatura, hallaron poca evidencia para apoyar la idea de que los roles se asignaron de forma específica a cada sexo. El equipo también analizó la fisiología femenina y descubrió que las mujeres no sólo eran físicamente capaces de ser cazadoras, sino que hay pocas pruebas que respalden que no lo hacían, según indicó en un comunicado la Universidad de Delaware.
Lacy es una antropóloga especializada en el área de biología, y Ocobock es un fisióloga que hace analogías entre la actualidad y el registro fósil. Colaboraron después de “quejarse de artículos que habían salido que usaban esta hipótesis nula predeterminada de que los hombres de las cavernas tenían una fuerte división del trabajo de género: los machos cazan, las hembras recolectan cosas. Pensamos: ‘¿por qué ese es el valor predeterminado? Tenemos tanta evidencia de que no es el caso’”, precisó.
Las investigadoras encontraron ejemplos de igualdad para ambos sexos en las herramientas antiguas, la dieta, el arte, los entierros y la anatomía.
La gente halló cosas en el pasado y de forma automática las asignó el género masculino y no reconocieron el hecho de que todo lo que encontramos en el pasado tiene estos marcadores, ya sea en sus huesos o en herramientas de piedra que se colocan en sus entierros. No podemos decir quién hizo qué. No hay ninguna firma en la herramienta de piedra que nos diga quién la hizo
, sostuvo Lacy, refiriéndose al método por el cual se fabricaron. Pero por la evidencia que tenemos, parece que casi no hay diferencias de sexo en los roles
.
El equipo también examinó si las diferencias anatómicas y fisiológicas entre hombres y mujeres impedían a éstas cazar. Descubrieron que ellos tienen una ventaja sobre ellas en actividades que requieren velocidad y potencia, como correr y lanzar, pero ellas la tienen sobre ellos en actividades que requieren resistencia, como correr. Ambos conjuntos de actividades eran esenciales para la caza en la antigüedad.
El equipo destacó el papel del estrógeno, que es más prominente en las mujeres que en los hombres, como un componente clave para conferir esa ventaja. Puede aumentar el metabolismo de las grasas, lo que proporciona a los músculos una fuente de energía más duradera y puede regular la degradación muscular. Los científicos han rastreado los receptores de esa hormona, proteínas que la dirigen al lugar correcto en el cuerpo, hasta hace 600 millones de años.
Cuando observamos más a fondo la anatomía y la fisiología moderna y luego vemos los restos óseos de los antiguos, no hay diferencia en las pautas de trauma entre hombres y mujeres, porque realizan las mismas actividades
, explicó Lacy.
Durante el Paleolítico, la mayoría de las personas vivían en pequeños grupos. Para Lacy, la idea de que sólo una parte del grupo cazaría no tenía sentido.
La teoría de los hombres como cazadores y las mujeres como recolectoras ganó notoriedad por primera vez en 1968, cuando los antropólogos Richard B. Lee e Irven DeVore publicaron Man the Hunter, una colección de artículos académicos presentados en un simposio en 1966. Los autores argumentaron que la caza avanzó en la evolución humana al agregar carne a las dietas prehistóricas, contribuyendo al crecimiento de cerebros más grandes, en comparación con los primates. Además, asumieron que todos los cazadores eran hombres.
Lacy señala ese sesgo de género de académicos anteriores como una razón por la que el concepto se volvió ampliamente en ese medio y finalmente se extendió a la cultura popular. Los dibujos animados televisivos, los largometrajes, las exposiciones en museos y los libros de texto reforzaron la idea. Cuando las académicas publicaban investigaciones en sentido contrario, su trabajo era ignorado o devaluado en gran medida.