Economía
Lunes 23 de octubre de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La ira
León Bendesky
L

a ira es tan antigua como la humanidad misma. Apunto, sin ir a los orígenes bien conocidos, un par de referencias al respecto. Lucio Anneo Séneca caracterizó la ira como una pasión: “La más sombría y desenfrenada de todas… Esta es toda agitación, desenfreno en el resentimiento, sed de guerra, de sangre, de suplicios, arrebato de furores sobrehumanos… lanzándose en medio de las espadas y ávida de venganzas que a su vez traen un vengador”.

El controvertido filósofo alemán Peter Sloterdijk abre su estudio Ira y tiempo asentando que: “Al principio de la primera oración de la tradición europea, en el primer verso de La Ilíada, ocurre la palabra ira”. De la ira de Aquiles, hijo de Peleo, canta Diosa, en una evocación al poder de la pena y la tristeza. Ese, el lenguaje de la ira, es el preludio de la heroica canción de Homero con la que comienza todo en el antiguo mundo occidental, señala el autor.

La ira, llevada al extremo, es la entrada al terror y también la salida. Y, entonces, magnificada por la necesidad de venganza, aunque sea procurada por otros y no necesaria ni preferentemente por uno mismo, se convierte en un proceso reiterativo entre las partes involucradas y también entre quienes manifiestan su ira desde distintos posiciones y lugares, como ocurre muchas veces, como ocurre ahora en el Medio Oriente, en el epicentro de Gaza e Israel.

Por obvio que sea, conviene señalar que ésta no es, ciertamente, la única localización actual de situaciones extremadamente críticas para muchos grupos humanos y sociedades enteras en el mundo, en las que la ira, llamémosle periférica no se manifiesta ni del mismo modo, ni con la misma intensidad como fenómeno social y político, lo cual bien vale tener en cuenta.

En el caso que aquí se trata no puede obviarse el hecho de que el pueblo palestino –que debe ser restituido de sus plenos derechos– no es Hamas y este ente terrorista no es su representante. Tampoco puede dejarse de lado la postura política que por mucho tiempo han asumido los países árabes ante ambas partes, repito: el pueblo palestino y Hamas, en los parámetros del conflicto. Este componente del conflicto no debería permanecer soterrado.

En distintas delimitaciones nacionales y territoriales se advierte una larga serie de conflictos y hostilidades, maltratos, abusos, vejaciones y crímenes contra determinados grupos de población, los que se agravan de modo constante. Cualquier persona medianamente enterada puede identificarlos si quiere. A escala global hay muchas expresiones de amenazas, actos de terror, muerte y venganza. Esta referencia de corte general no pretende apocar ni un ápice las condiciones y las consecuencias de los episodios particulares de violencia como el que aquí se considera, sólo intenta conferirles una dimensión que no debería pasar de largo.

La ira no se contiene en el escenario en el que ocurren la violencia y el terror, no se queda en esos confines, sino que se extiende como modo de vinculación de otros, no involucrados directamente en la disputa, más cercanos o distantes en relación al meollo del enfrentamiento. A la ira se suman muchos con propósitos, intereses y agendas ideológicas diversas.

El asunto, a partir de una cierta fase del antagonismo original parece ser, en efecto, alimentar la ira desde cualquier punto posible, con argumentos distintos en su expresión y diversa consistencia intelectual. Las manifestaciones de ira ocurren también en lugares donde las expresiones sociales de antagonismo interno están suprimidas por el poder establecido. Con ellos coexisten, invariablemente, simulaciones aprovechadas de una pretendida preocupación primordial, así como un medio de manifestar aversión, repudio y odios atávicos.

La ira utilizada y alentada como combustible para mantener avivado el fuego de la guerra, del conflicto, de la muerte y llevada hasta la misma desaparición no sólo virtual sino efectiva del otro. La frontera entre la ira y el odio es muy porosa. En muchos casos los extremos iracundos se dan a una distancia impúdicamente alejada del núcleo de los enfrentamientos directos.

Sloterdijk apunta, de modo provocativo a lo que denomina como transacciones de la ira mediante las cuales reconoce que presenciamos un entorno de creciente hostilidad en diversos ámbitos de nuestras sociedades, mientras en el entorno internacional prevalecen situaciones de terror y venganza, inmersas en las expresiones de la ira.

Es distinta la ira de los directamente involucrados a aquella de la que se expresa a la distancia. Séneca advierte sobre este asunto: Ahora debemos tratar cuestiones más delicadas. Hemos de investigar si la ira es producto del juicio o del ímpetu; es decir, si se mueve espontáneamente, o si, como casi todos nuestros impulsos, brota del interior sin consentimiento nuestro