l pasado martes 17 fui invitado a participar en el octavo Encuentro de la Libertad por el Saber, organizado por el Colegio Nacional, promovido y coordinado por la incansable Julia Carabias, con la participación, desde Columbia, del destacado historiador y antropólogo Claudio Lomnitz. Tocó nada menos que a José Sarukhán presidir esas jornadas.
La mesa a que fui invitado llevaba por título El Colegio Nacional y las ciencias sociales. En ella participaron vía remota, como se dice ahora, Guillermo de la Peña, reconocido investigador tapatío, y Graciela Márquez Colín, actualmente presidenta del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, el Inegi. Se nos pidió que, bajo la forma de breves semblanzas, recordáramos a tres mexicanos notables, intelectuales comprometidos con el país que emergía, forjadores del México moderno: Daniel Cosío Villegas, Luis González y González y Jesús Silva Herzog. Distinguidos intelectuales y estudiosos, formaron fila al lado de hombres y mujeres tenaces y comprometidos, generaciones brillantes de filósofos, literatos, pintores y científicos dispuestos a reconstruir su país apoyados en el arte, la cultura, la ciencia y el razonamiento rigurosos.
Lo menciono, ahora, aparte del gran gusto que me dio tomar parte en un cónclave como ese, porque pienso que esa es una historia que podríamos volver presente. Por eso, el reclamo de muchos, la crítica tumultuaria de un momento mexicano
que vuelve a ser reflejo de aquel país violento, desigual, no respetuoso de sus ordenamientos ni poderes.
No me parece misión imposible plantearnos recuperar esa ambición original, en gran medida originaria, para imaginar la recreación de un régimen republicano capaz de combinar los beneficios de la libertad individual con los que promete la diversidad política; una sociedad y una economía abierta, con la idea constitucional de igualdad creciente, ciudadanía incluyente y bienestar social, entendidos como fruto del respeto del Estado y de una política que queremos siga siendo democrática atenta y tendiente al interés general.
No creo tampoco que esté fuera de nuestras capacidades proponernos la tarea, urgente e ingente, de actualizar una república que pueda ser, en los hechos y en los derechos, la que han buscado y soñado la pléyade de mexicanos que nos ha antecedido. Arriesgarnos a crecer y desarrollarnos, aumentar los empleos y redistribuir los frutos del esfuerzo. Re-construir el Estado para que sea y pueda ser un Estado social y trazar nuevas coordenadas de desarrollo no son utopías. Nos exigen redefinir nuestros criterios de evaluación y desde ahí nuestras visiones y opciones estratégicas.
No rehuir el acuerdo ni el debate; mucho menos, desnaturalizar el intercambio político. México requiere una economía pública fuerte y flexible, capaz de afrontar sus enormes déficits y sus carencias, saber (re)crear las condiciones que nos permitan aprovechar las nuevas circunstancias internas y externas.
Para decirlo pronto: un Estado saludable política, institucional y fiscalmente, legitimado, capacitado para promover consensos y acciones cooperativas entre sectores y grupos sociales, garante de un acuerdo nacional de y para los mexicanos.
Rescatar y actualizar las lecciones de aquellos mexicanos y cuestionarnos con rigor: ¿cuáles son, deberían ser, nuestros criterios maestros para dialogar y acordar? No podemos, no debemos permitirnos seguir distraídos
sin rexaminar nuestra situación; México tiene que pasar examen de lo hecho, pensar qué puede y debe hacer. La tarea no es menor: (re)construir una política para el país que existe más allá de las elecciones requiere claridad y honestidad en los objetivos y en las propuestas. Apenas comienza el desafío.
(De eso y más nos ocupamos el martes pasado repensando a Jesús Silva Herzog; Daniel Cossío Villegas; Luis González y González).
Pienso que no es mucho pedir.