Opinión
Lunes 16 de octubre de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Quién duerme en Gaza?
Hermann Bellinghausen
E

l poeta no tiene país al cual volver pero tampoco hay uno que pueda desterrarlo. Dormiré como duerme la gente / cuando caen las bombas / y el cielo se abre en carne viva. / Soñaré como sueña la gente / cuando caen las bombas, soñaré con traiciones. Y más aún: Me despertaré al mediodía para preguntarle a la radio lo que pregunta la gente: ¿Ha terminado el bombardeo? / ¿Cuántos fueron asesinados?, escribe Najwan Darwish.

Curioso que el poeta palestino vivo más reconocido y traducido en el mundo, Najwan Darwish (Jerusalén, 1978), comparta el mismo apellido, sin parentesco, con el poeta mayor palestino y artista determinante de la cultura árabe contemporánea Mahmud Darwish (1942-2008). (Al respecto, ver: https://www.jornada.com.mx/2008/08/18/ index.php?section=opinion&article=a04a1cul).

Aquí se habla del más joven, y se le cita sin pudor e indistintamente en las traducciones de Juan José Vélez Otero (Nada más que perder, Valparaíso Ediciones, Granada, 2016) y de Diana Sofía Calderón y Alí Calderón (Durmiendo en Gaza, Valparaíso México, 2017), siendo sus traductores del árabe al inglés Kereem James Abu-Zeid y Atef Alshaer, y su libro más reciente Exhausto en la cruz (2021).

Autor prolífico, Darwish el joven publica su primer poemario en 2000. De entonces para acá ha sumado a sus emotivos y dolientes versos una labor amplia como promotor teatral y literario, periodista cultural y editor en Europa y el mundo árabe.

Visitó la Ciudad de México en 2017, invitado al festival Di/Verso, que lamentablemente causó baja sexenal en 2018. Hoy su lectura se torna urgente, tanto como las magistrales creaciones de Darwish el grande.

Dice a Jerusalén, su ciudad y su tormento: Fuimos al Monte / a ofrecerte un sacrificio, / y al ver nuestras manos alzadas / y vacías / supimos que nosotros éramos tu sacrificio. Y también: Cuando te dejo me convierto en piedra. / Cuando regreso me convierto en piedra. No parece tener otro destino que ser parte de un muro, de unos escombros, de una piedra arrojada en defensa propia contra sus verdugos cristianos libaneses y judíos sionistas. En desarraigo lamenta su silencio, es una ciudad a la que nos impiden llegar los invasores. En su tierra, los árboles procuran mecerse sin caer / ya que aquí los árboles caídos no los acoge la tierra / ni nada ni nadie.

Su identidad es un caleidoscopio imaginario del hoy llamado Medio Oriente. Fue kurdo, armenio que no creyó en las lágrimas, sirio en Belén, turco de Konya que entró a Jerusalén por la puerta de Damasco, y tan pronto pisó suelo argelino se supo amazigh. Anduvo donde lo creyeron iraquí y se ha sentido egipcio. Su principio es arameo, tuvo tíos bizantinos y fue un niño hiyazi mimado por Omar. Mi desprecio por los sionistas no me impedirá decir / que también / fui un judío que expulsaron de Andalucía / y que todavía / le encuentro sentido a la luz de aquel ocaso. Advierte: Si todo esto no es así, uno no es árabe.

Natalie Handal escribe de Najwan Darwish: Su poesía, como su ciudad de nacimiento, Jerusalén, está compuesta de Historias. La Palestina de sus poemas es un lugar donde se puede explorar la conciencia humana.

La memoria de Sabra y Chatila en Líbano lo ronda sin cesar. En esos campamentos de refugiados fueron masacrados entre 750 y 3 mil 500 palestinos por una milicia cristiana alentada y encubierta por Israel en 1982: Ahora amo más el resplandor del sufrimiento / que mis propias pesadillas.

Lo tremendo del destino de su pueblo es que La Libertad con sus pies descalzos pisa al pueblo que tiene debajo. Padece como condena la fobia de los otros: Me expulsarán de la ciudad antes que caiga la noche, alegando “que me negué a pagar por el aire… que no pagué rentas por el sol / ni cuotas por las nubes”. Los aviones de la muerte salieron volando de El Libro Sagrado / para lacerar una familia / a la orilla del mar.

Consuelo, justificación o resignación, plantea que todo lo que alimenta las pesadillas de su vida errante es invención: su pueblo y el de los judíos, la gente de la cruz, la viejas mujeres ortodoxas, las palabras en hebreo, los sueños, las batallas imaginarias, el dolor de los siglos. A la desaparición de un amigo por la policía israelí, en un sueño supo que “este final vergonzoso / era la culminación de una historia entera de deshonra… / desde los días lejanos en que nuestros antepasados aprendían turco, / hasta los tiempos que aprendíamos la lengua de los hebreos y deambulábamos desnudos por sus mercados”.

Su esperanza es pobre. Si acaso, cuenta con que los hijos de su pueblo sobrevivirán a nuestros intentos por guiarles. Por lo demás, los asientos de la esperanza están siempre reservados. Aún así, en otro poema admite: es todavía mi deber decir unas cuantas palabras envenenadas de esperanza. En cuanto a la historia, la desesperación es su espacio vital, / los más viejos lo saben.

Espeta al Jesús crucificado: Sigues colgado en algún monte de Jerusalén, / sigues colgado en las afueras de un campamento de Gaza. En breve, del Infierno apunta: En los años treinta / los nazis tuvieron la idea / de meter a sus víctimas en cámaras de gas. / Los verdugos de hoy son más profesionales: / meten las cámaras de gas / dentro de sus víctimas.

(Para darse una idea adicional, ver el documental español, ahora en Netflix, Nacido en Gaza, de Hernán Zin, que data de 2014.)