Cultura
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Los Álvarez en la música y la arquitectura
Elena Poniatowska
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▲ Javier Álvarez, durante una entrevista con La Jornada en mayo de 2008.Foto María Luisa Severiano
A

lto, delgado, con un rostro sensible por el que atraviesan relámpagos de tristeza, pero también de gusto, el joven compositor Tobías Álvarez siempre logra conmoverme por su compromiso y pasión.

La reciente desaparición de su padre, Javier Álvarez, dejó un gran vacío en el alma de los intérpretes y amantes de la música clásica.

Durante un tiempo, Tobías se formó en la Facultad de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), fundada hace 100 años, gracias al esfuerzo de compositores que se separaron del Conservatorio.

“La Escuela Superior de Música –me explica Tobías Álvarez– es del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal), igual que el Conservatorio Nacional de Música, las dos principales escuelas de música en México.

“El Conservatorio de Morelia es el más antiguo de América. Una de las sedes de la Superior de Música está en el Centro Nacional de las Artes y la otra en la calle de Fernández Leal, en Coyoacán.

“Hace siete años entré a la Facultad de Música, en Xicoténcatl, Coyoacán, y ahí compuse mis primeras piezas para piano, luego para piano y flauta, para guitarra y flauta.

Me he lanzado a componer para grupos más grandes, piano, flauta, violín y clarinete.

–¿Haz compuesto para orquesta?

–Por primera vez escribo una pieza de orquesta, que me cuesta mucho trabajo, porque cada instrumento debe tener su partitura.

–¿Es indispensable conocer a fondo cada instrumento?

–Sí, porque la orquesta es como un megainstrumento –me explica Tobías con la actitud modesta que lo caracteriza.

“Tengo la posibilidad de estudiar en Holanda, pero antes me toca terminar en México.

Llevo siete años estudiando música. Viví en Londres hasta los ocho años. En 2022, cursé un semestre en Inglaterra y conocí a maestros, escuché la música de colegas. Ahora intento terminar algunas piezas de orquesta.

–Crear es sufrir, ¿verdad?

–Escribir para orquesta es un desafío, pero estoy contento. El año pasado, en Inglaterra, resultó padre, porque me reconecté con una parte de mi vida. Regresar a Londres fue una buena experiencia; conocí a otros maestros, escuché la música de nuevos colegas. Ahora intento terminar esta pieza para orquesta y escribo otras.

Sonríe con modestia como quien espera una calificación.

–Tobías, escuchaste música desde recién nacido por ser hijo de Javier Álvarez, a quien todos extrañamos. ¿Desde cuándo estás en el Conservatorio Nacional?

–Mi papá falleció el pasado 23 de mayo. Antes vivimos Daniela, Magali y yo con él en Morelia, una ciudad muy bella.

Javier, mi padre, aprendió lo básico de la música de concierto en la Ciudad de México. Los cuatro viajamos a Inglaterra, porque Javier estudió allá y allá nací yo, el 2 de diciembre de 1996. Casi tengo 30 años. Mi papá estudió con Mario Lavista en México; lo quiso mucho.

–También queremos mucho a tu papá... ¡Su pérdida y la de Mario Lavista son muy duras para la música mexicana!

Tobías mira para otro lado.

–Mi padre aprendió a escribir para instrumentos, eso le dio herramientas para desarrollar su estilo, su propuesta estética, sus ideas, que son únicas. Mario Lavista le dio otras bases. También Javier estudió con Daniel Catán, gran compositor y filósofo en la Universidad de Sussex, luego en Princeton. Catán murió el 9 de abril de 2011. En México, Javier Álvarez fue alumno del Conservatorio. En Estados Unidos se acendró su pasión por la música, allá tocó clarinete en una orquesta, y de ahí voló a Inglaterra. Gracias a su pericia en el clarinete formó una pequeña orquesta y lo invitaron a enseñar en el Royal College of Music de Inglaterra (un gran honor) y en la City University. En Londres, Javier empezó a usar las computadoras para hacer música totalmente innovadora.

“Mi papá se casó con Daniela en 1995, en Londres, un año antes de que yo naciera. Se conocieron porque Javier vivía con un amigo argentino y mi madre, Daniela, viajó desde Buenos Aires para saber de la vida universitaria inglesa.

Ya casados, permanecieron en Inglaterra, ahí nací en 1996; Magali, mi hermana, en 2000, y ambos estudiamos música desde bebés, porque la oímos día y noche. Magali tocó trompeta y piano, y yo estudié piano con María Elí Sosa, reconocida pianista en Yucatán. Nos mudamos a Mérida tras vivir varios años en Morelia, una ciudad preciosa. Entonces, ya tenía yo 16 años.

–¡Cuánto orgullo para ti, Tobías, ser hijo de un gran compositor!

Sonríe.

–Javier Álvarez empezó a usar sonidos de diferentes contextos. Introdujo música folclórica, música popular no sólo mexicana, sino asiática. Una pieza suya muy famosa es Temazcal. En ella, papá recurre al son veracruzano y lo combina con maracas.

–¿Las maracas son cubanas?

–Sí, pero están incorporadas a todas las músicas del mundo.

–¿Y el güiro?

–El güiro es de México, Elena.

–Pra mí, el güiro es el más sensual de los instrumentos.

–No estoy seguro de dónde proviene, pero el güiro se usa mucho, porque tiene un sonido muy peculiar. Después de una larga trayectoria, Javier murió a los 67 años. Viajó a Londres a los 28. Antes trabajó en Estados Unidos y vivió 25 años en Londres, no sólo por su gran cultura musical, sino porque encontró condiciones de trabajo propicias e innovadoras, como las computadoras.

En los años 80, toda esa tecnología musical provenía de Londres, y Javier se acomodó allá hasta que le entró la chispa de regresar a México. Escogió Mérida, porque su padre, el arquitecto Augusto H. Álvarez, había construido varias casas extraordinarias en Yucatán.

–Los que saben dicen que Augusto H. Álvarez es fundador de la arquitectura moderna mexicana.

–Sí, y sus raíces son yucatecas. Fue maestro en la UNAM, muy reconocido, socio de Juan Sordo Madaleno, Enrique Carral Icaza, Salvador Ortega, Ricardo Flores. Entre sus alumnos destaca Manuel Rocha Díaz. Mi papá se sentía yucateco. Yucatán fue su esencia. En la UNAM diseñó y construyó la Facultad de Contaduría y Administración. Mi padre, Javier, tuvo gran admiración por mi abuelo y ésa es una de las razones por las que escogimos vivir en Mérida, donde mi padre hizo grandes innovaciones en el conservatorio y renovó el estudio de la música.