n país Z invade un enclave ocupado por la población del país vecino Y, víctima del primer genocidio del siglo XX (en el que estaban descritos como microbios dañinos
) y con armas suministradas por el país W, que perpetró aquel genocidio, y por el país V, cuya nación ha sido víctima del siguiente, el más grande genocidio más tarde (en el que estaban descritos como subhumanos
) y en una operación antiterrorista
retoma el territorio que, según el derecho internacional, le pertenece, pero en el que la población mayoritariamente étnica ejercía su derecho a la autodeterminación por vía de una republiqueta
no reconocida, desencadenando −ante la indiferencia de todo el mundo y la larga historia del odio nacionalista y deshumanización− el éxodo poblacional, en efecto una autolimpieza
étnica. El país V, en respuesta al brutal ataque de militantes de un enclave de un país U, que está sujeto a un igualmente brutal despojo colonial y ocupación militar más larga de los siglos XX-XXI –y que cuenta sólo con reconocimiento internacional parcial–, al asegurar que está combatiendo terroristas
y ante la indiferencia de la comunidad internacional, aplica (por enésima vez) el castigo colectivo a la población civil (descrita como animales humanos
) bombardeando el enclave y preparándose para una operación terrestre en vistas de realizar (por fin
), una limpieza étnica. Mientras tanto, un país X, cuya parte está invadida y ocupada ilegalmente por un país T y que mantiene buenas relaciones con los países W y Z (incluso celebrando su victoria
), malas con el país Y (visto como aliado histórico de su invasor) y que cuenta con apoyo mundial/mediático para su resistencia (el ocupante nunca debería sentirse seguro
), se solidariza con el país ocupante V, asegurando incluso que quiere ser como él cuando acabe la guerra
, a pesar de que algunos idealistas quieren que, por ser víctima, se identifique con el país U.
Si al lector le dio la impresión de que este mundo está patas arriba
, no se preocupe. Tiene razón, pero la historia no acaba allí.
La retoma del enclave armenio de Nagorno Karabaj (NK) por Azerbaiyán (país Z), no sólo fue posibilitada por la desastrosa invasión a Ucrania (país X) por Rusia (país T), que parece tener la boca llena de ideales acerca de la autodeterminación
hablando de Donetsk, Lugansk y Crimea (territorios ocupados ilegalmente), pero no respecto a República de Artsaj (NK), abandonada a su suerte junto con Armenia (país Y). Resulta no sólo que Moscú, después de todo, optó por Bakú –al, entre otros, firmar antes de la invasión a Ucrania, en anticipación de sanciones europeas, un acuerdo para la reventa de su gas–, sino que su invasión fue inspirada por las propias acciones azeríes durante la anterior guerra con Armenia (2020). A ojos del Kremlin, esto demostró que todas disputas geopolíticas han de ser resueltas por fuerza: Azerbaiyán tenía el derecho a NK, pero lo que hizo la diferencia no era la ley, sino la fuerza. Igualmente, si las acciones anteriores de Rusia en el Cáucaso tenían que ver con afanes de parar a Turquía (país W) y su neootomanismo
, ahora ante el debacle ucranio, los dos países llegaron a un acuerdo en el que Armenia –antes, sin ninguna otra opción de seguridad que Rusia– y la población civil de Artsaj han sido sacrificados.
Respecto a Israel (país V) –uno de los pocos países que por acuerdo con Moscú respecto a Siria no suministra directamente armas a Ucrania– hay que decir no sólo que su ocupación colonial y subyugación de Palestina (país U) genera la indiferencia comparable con la indiferencia respecto a los ataques de Azerbaiyán a los armenios –siendo Bakú, en cambio, uno de los principales receptores de armas israelíes (70 por ciento de adquisiciones recientes), y su aliado estrella
frente a Irán–, sino que comparten los mismos patrones: la deshumanización de las poblaciones no deseadas
y bloqueos ilegales desde el punto del derecho internacional como el que Israel impuso hoy a Gaza (electricidad, agua, alimentos) –de por si bajo el embargo desde hace 17 años–, y que Azerbaiyán impuso ayer a NK (Lachin).
¿Y qué decir de la Unión Europea que ve en Bakú un socio confiable en materia energética
(comprándolo en realidad buena parte del rempacado
gas ruso...), que condena vehementemente los cortes de agua, electricidad y comida cuando lo hace Rusia a la población ucrania ocupada, pero le da carta blanca a Israel para hacer lo mismo en Gaza, criminalizando de paso hasta la no-violenta resistencia palestina (BDS)?
¿O de Estados Unidos, en la primera fila de combatir las fake news rusas, pero que traga y reproduce la desinformación (hasbara) israelí (40 niños decapitados por Hamas
), algo que no sólo resuena con sus propias historias falsas –niños kuwaitíes sacados de incubadoras por iraquíes
(Guerra del Golfo, 1991) y las armas de destrucción masiva de Sadam
(Iraq, 2003)–, sino que se inscribe en el viejo afán israelí de empujar por la guerra con Irán (detrás del ataque de Hamas
)?
Los azeríes haciendo lo que les da la gana. Los israelíes mintiendo descaradamente. Los rusos diciendo lo mismo de siempre. Los turcos, al menos esta vez, callados. Los ucranios autoidentificados con opresores de otros. Los palestinos, sin voz como de costumbre
. Los europeos con un ojo cerrado. Los estadunidenses con un oído tapado. Los armenios... ¿qué armenios? Ya la vieja expresión doble rasero
se quedó un poco corta, y tal vez habría que introducir una nueva (¿triple...
?). A ver cuánto dura.