Martes 10 de octubre de 2023, p. 5
San Gimignano., El 23 de septiembre pasado, el argentino Julio Le Parc (Mendoza, 1928) cumplió 95 años. Ese día también inauguró, en la sede matriz de la galería Continua, en la Toscana, una exposición dedicada a la serie Alquimias, que completa el homenaje en varias de sus sedes, entre ellas Cuba.
En un clima festivo, Le Parc, quien ha mantenido un aspecto admirablemente jovial, dialoga con La Jornada.
Es una oportunidad para enfocar a un artista que marcó el arte europeo en los años 60 y que ha seguido renovándose. Ahora experimenta el metaverso, que pone al alcance del público: estoy terminando con mi hijo Juan un museo virtual con formas irrealizables en lo material, como sólidos geométricos flotando en la naturaleza
. Es una experiencia que permite conocer la carrera del artista y los medios en los que ha trabajado (https://julioleparc.com/index.html y https://www.julio-le-parc.com/es).
Le Parc aclara no reconocerse con la etiqueta de artista cinético. Actualmente, su obra es apreciada por su cualidad política y filosófica. Dice rehuir a las clasificaciones, a las que considera comodines; no me reconozco en la producción de los artistas que se definen cinéticos. Mi obra tiene otro fondo, otra preocupación y trayectoria
.
Hablamos de sus inicios en Francia, donde trabajó con el GRAV (Groupe de Recherche d’Art Visuel), el mayor y más longevo colectivo francés de su tiempo (1960-1968), formado en gran parte por compañeros de batalla llegados de Argentina y algunos franceses que se agregaron, como François Morellet. Los 11 miembros del grupo trabajaban y exponían además de manera independiente.
La propuesta del GRAV –como señala el creador argentino– fue modificar la relación del arte con el espectador, liberándolo de la dictadura del artista sobre su público, proponiendo un modelo mucho más democrático que lo incorporara a participar, negándose a replicar en el arte el funcionamiento de la sociedad donde unos pocos dominan y la mayoría acata por la fuerza.
Recuerda cómo hasta entonces había dominado el arte informal y el Tachismo en Francia, pero para ellos, el ojo del espectador era la prioridad, eliminando teorías inaccesibles: nos interesaba el público común, no los especialistas ni los coleccionistas
; la instalación, nacida entonces, fue el medio ideal.
Uno de los proyectos más importantes del GRAV que Le Parc cita es Une journée dans la rue/ Un día en la calle (1966), actividad en la que cada dos horas proponía una instalación distinta en las calles de París mediante un mapa. Fue una idea que el movimiento Nouvelle Tendance (1961), de Yugoslavia, ya había propuesto, lo cual denotaba interacción entre grupos afines en el continente. El Museo Tamayo lo expuso en 2013; antes, el Laboratorio Arte Alameda le dedicó una muestra personal en 2006.
Creación con clavos y martillos
Destaca cómo crearon laberintos, salas de juegos, obras de luz con efectos ópticos con los medios a disposición –poco más que objetos de bricolaje hechos con simples clavos y martillos
– en el estudio que rentaban en el barrio central de Le Marais.
“No presentamos nuestra obra como arte, sino como una experiencia visual. No disminuíamos al público, adosándole su falta de ‘comprensión’ de la obra por su ignorancia, sin que el artista aceptara simplemente que su pieza era mala. Sabíamos que nuestra acción era minúscula frente al océano del mercado del arte.”
Desde joven, Le Parc desafió la autoridad, en su casa y en el colegio de Bellas Artes, adonde ingresó a los 14 años. El inconformismo fue quizá su mejor escuela, al liderar protestas estudiantiles que modificaron el plan de estudios en las tres escuelas de Bellas Artes de Buenos Aires, que rompieron con la enseñanza individualista. Con estas experiencias llegué a París formado con 30 años
.
Ganó una beca del gobierno francés en 1958; entonces se quedó a vivir en París. Si bien no tenía un centavo, pude, por primera vez, disponer de mi tiempo
trabajando en pequeño formato, porque el lugar era pequeño. De familia obrera, el trabajo y el estudio de arte en las noches le dejaban poco tiempo para crear.
En los años 60 tuvo gran reconocimiento artístico: en 1966 le asignaron una sala personal en la Bienal de Venecia, y obtuvo el Premio Internacional de Pintura. La galería Denise René –referencia del arte cinético– le dedicó ese año la primera exposición personal en París, y en 1967 recibió el título de Caballero de la Orden de las Artes y de las Letras en Francia.
La notoriedad en ese país la truncó con un volado
. Pidió a su hijo que lanzara una moneda que cayó en el lado equivocado, que era rechazar la importante muestra individual que le había propuesto el Museo de Arte Moderno de París.
Ello, sostiene, lo condenó hasta hoy, porque cuestioné a la institución, borrándome del panorama artístico por decenios
. Sin embargo, siguió exponiendo internacionalmente, en particular en Alemania, Italia, España y América Latina.
Desde los años 90, Le Parc ha sido redescubierto
, hasta su consagración en Francia con la muestra retrospectiva en el Palais de Tokyo, en 2013. Él y los artistas de su entorno han representado para figuras como Ólafur Eliasson, Carsten Höller, entre otros, un modelo en la implicación del espectador a la obra. A diferencia de sus compañeros de grupo, Julio ha vivido lo suficiente para gozarlo.
El artista concluye que su mayor satisfacción en la vida hoy es seguir vivo y trabajando en plena libertad: Bajo en la mañana al taller, trabajo cuando tengo que realizar una exposición como ahora; si no, agarro un lápiz y papel y me pongo a dibujar.
Me despido de él, recordando las palabras entusiastas que en 1966 le dedicó Pablo Neruda: “La verdad es que nunca me entusiasmó la pintura o el arte por el arte. No habría sabido que hacer con un Rembrandt en casa, mientras un Le Parc me habría colmado de satisfacción (…) Me gustaría que hubiera una Casa Le Parc, un Museo Le Parc y una galería Le Parc. Una en Buenos Aires, otra en Chile, otra en Caracas, en Guayaquil, en México... en todas partes”.