a recomendación de la Unión Europea de extender a todos los rusos, por el simple hecho de serlo, la responsabilidad por las decisiones que toma el Kremlin, además de injusta resulta contraproducente debido a que se traduce en castigar más a quienes menos culpa tienen y da argumentos para criticar una práctica a todas luces discriminatoria.
El ejemplo más reciente es la prohibición de entrar al espacio comunitario en automóviles con placa rusa, que uno tras otro adoptaron todos los países que tienen frontera con Rusia y que era la vía que muchos rusos, con visado de Schengen, utilizaban para llevar consigo algo de sus pertenencias cuando no les quedaba otra opción que la cárcel o el exilio por no estar de acuerdo con lo que hacen sus autoridades. También afecta de forma retroactiva a quienes ya viven allá y ahora, para evitar que su automóvil sea confiscado, tienen de tres a seis meses, dependiendo del país de que se trate, para llevar de regreso el vehículo a Rusia o pagar los elevados impuestos de importación.
El cierre de las fronteras a vehículos con placa rusa empezó a aplicarse después de que en una revisión de aduana se encontró en la cajuela de un coche que pretendía retornar a Rusia componentes electrónicos que pueden usarse con fines militares y figuran en las listas de sanciones. De esa manera, la burocracia europea supone que contribuye a que Rusia no adquiera más armas.
Y aquí aparece la doble vara de medir que usa la Unión Europea: mientras los gobiernos celebran el golpe contra los rusos que buscan refugio en sus países, hacen como que no ven el millonario comercio de quienes envían a Rusia, por sinuosos canales de contrabando, esos mismos componentes electrónicos pero en cantidades industriales y otros artículos proscritos. Negocios son negocios.
En cuanto a los automóviles de lujo, que también está prohibido exportar a Rusia, la Yle, compañía de radio y televisión públicas de Finlandia, exhibió hace poco la ruta de dos coches, con geolocalizadores, hasta aparecer en salones de venta en Moscú: llegaron a Finlandia en barco desde Alemania, en el puerto de Kotka pasaron por varias empresas de transporte con capital ruso y socios locales hasta llegar a la garita fronteriza de Vaalimaa, donde con documentación falsa entraron a Rusia de modo legal
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