Domingo 1º de octubre de 2023, p. 9
Los ojos de Jermell Charlo conta-ron toda la historia. En todo momento traslucieron el drama de quien se sabe perdido de antemano. No fue rival ni significó amenaza alguna para Saúl Canelo Álvarez, quien lo derrotó sin dar esa pelea sorprendente que había anunciado. Cuando el adversario sólo huye, no existe combate. El tapatío derrotó por decisión unánime a un contrincante que tuvo que subir dos divisiones para estar aquí y que pagó el pre-cio de esa osadía en la arena T-Mobile de Las Vegas.
Dos campeones indiscutidos, con los cinturones de los cuatro organismos. Pero Canelo en los supermedianos, cuyas fajas estaban en juego, y Charlo en superwélter.
Los ojos de Jermell eran una ventana. No del alma, sino a un abismo. En una primera lectura parecía que se esforzaban por ocultar algo parecido a la incertidumbre. Incluso el miedo. Algunos sugirieron –en-tre ellos el Erik Terrible Morales– que a pesar del performance por parecer feroz, Charlo denotaba cierta inseguridad en su gesto. Como si dudara de lo que le esperaba. Por más preparación y confianza en su trabajo, subió dos categorías y eso no hay que olvidarlo nunca. El estadunidense estaba en el territorio que pertenece al tapatío, donde éste mejor se siente y más cómodo luce.
Así lucía Charlo en la conferencia, en el pesaje y cuando llegó a la arena para la pelea: parecía ausente. Como si la mente no estuviera ahí mientras observaba cómo vendaban sus puños. Como si lo único que realmente quisiera en ese momento era salir lo más pronto posible de esa situación.
La leyenda del periodismo de boxeo A.J. Liebling escribió en su memorable libro La dulce ciencia que la distancia entre el límite superior de una categoría y la siguiente representa el margen que la historia ha demostrado que es casi imposible de superar
.
Liebling lo relató a propósito del campeón de los medianos Sugar Ray Robinson ante el monarca de los semipesados, Joey Maxim. El talento del primero hacía imaginar en 1952 que era posible una hazaña de esa magnitud, de siete kilos de diferencia, exactamente como la que separan las divisiones que dominan Canelo –supermediano con límite de 76 kilos– y Charlo –superwélter con 69 kilos– en septiembre de 2023. Pero como siempre ha sucedido, la imaginación vuela alto y la realidad se encarga de jalarle los pies hasta estrellar-la en el suelo. El milagro Robinson nunca ocurrió.
Y así muchos esperaban que un dechado de habilidades como el superwélter Charlo pudiera darle la vuelta a otro habilidoso como la estrella indiscutible, Canelo Álvarez.
El arribo al cuadrilátero ya era parte de la pelea. Charlo lo hizo con la frugalidad de un monje y el Canelo como si fuera el cabecilla de una pandilla de tipos malencarados.
El estadunidense salió del camerino sin despliegue espectacular. Apenas una modesta marcha entre humo que se disipaba y que hacía lucir aún más su batín oscuro de pequeños reflejos, como si una constelación de estrellas cubriera su cuerpo. La capucha ocultaba su mirada.
Llegada de rockstar
Álvarez, en cambio, llegó como un rockstar. Acompañado de las rimas de Santa Fe Klan, el tapatío movía la cabeza en un modo distinto al acostumbrado, siempre alusivo a la música vernácula de su tierra. En el duelo histriónico, volvió a ga-nar el mexicano.
Era de suponer que Jermell estaría muy alerta al desarrollo de Saúl. Aunque ambos dieron el peso un día antes, el tapatío tiene una pegada más poderosa propia de un supermediano. Así que el pelirro-jo se lanzó a caminar el cuadrilátero, a cerrarle las salidas al oponente. El estadunidense no podía concederle nada, ágil y hacia atrás, siempre atento a los embates de ese rino-ceronte furioso que tenía enfrente.
El primer tercio del combate tuvo pocos golpes. Uno iba de cacería, tenaz, mientras el otro retrocedía y se cuidaba de no ser alcanzado por esos arietes enfundados en guantes. Jermell parecía hasta temeroso. Cualquiera que tuviera a ese pelirrojo enfurecido enfrente, se andaría igual con reservas.
Charlo parecía la encarnación de esa típica pesadilla donde se golpea desesperadamente a un oponen-te onírico, pero pareciera que se le atiza con almohadas de plumas y sin fuerza. Así, los escasos golpes de Jermell se diluían.
La pelea llegó a la mitad de la ruta. Entonces Jermell parecía por fin asentado, que se había sacudido la inseguridad y empezó a moverse con agilidad y mayor agresividad. Siempre con el cuidado de no ser alcanzado por esa masa musculosa y colorada.
Si las cosas seguían como iban, era evidente que Canelo ganaría con las tarjetas, como ocurrió. Pero en esas condiciones, no vencer por un contundente nocaut sería una victoria amarga. Por eso el mexicano avanzaba obsesivo y buscando el espacio donde aplicar un puñetazo brutal. En el séptimo casi lo logra, cuando Charlo sintió la pegada y puso la rodilla en la lona para obligar al réferi a la cuenta de protección.
El estadunidense recordó que podía tirar el jab y mantener a distancia a ese depredador de piel irritada, pero apenas lanzaba un par, se retraía al recordar que el mexicano era justo lo que esperaba para atacar. Ninguna concesión al francotirador. Pero ese rayo fulminante nunca llegó. Álvarez ganó, pero no fue espectacular ante un rival dos divisiones más chico.