Opinión
Sábado 30 de septiembre de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Península de pájaros
Juan Arturo Brennan
L

o he dicho antes, lo digo de nuevo ahora: el Espacio de Experimentación Sonora (EES) del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) es uno de los mejores sitios que hay en esta ciudad para tener experiencias de escucha químicamente puras, sólidas, envolventes y, en ocasiones, saludablemente catárticas. Tuve una de esas experiencias hace unos días, gracias a la emisión de siete obras electroacústicas espléndidas de Javier Álvarez (1956-2023), uno de nuestros creadores más notables en este ámbito del arte sonoro, con el título general de Península de pájaros. Se trató, estrictamente, de la reinauguración del EES después de varios años de ominoso silencio. ¡Que no vuelva a callar nunca!

Las piezas emitidas: Overture (1995), Mambo à la Braque (1990), Cactus Geometries (2003), Ales Canticum (2013), Petenera (2006), Península de pájaros (2012) y Mejor morir en la selva (2016). Intentar una aproximación verbal individual a estos variados universos sonoros de Javier Álvarez podría resultar en un fárrago extenso y enredado pero, eso sí, tedioso. Prefiero recurrir a la tradicional asociación inmediata propia del sicoanálisis y comunicar que durante la gozosa (y muy instructiva) audición percibí, entre otras cosas, el ay, ay, ay, ay, ay que va con el Cucurrucucú, unos cláxones y otros ruidos automotrices, micromambos deconstruidos y otras fantasmagorías, incluyendo el infaltable bramido visceral, perros multicanal que dan la impresión de ser perros-Borg (sí, de esos terroríficos híbridos biomecanoides), enjambres de moscas en encarnizado ataque a los susodichos perros, engañosos efectos sicoacústicos al más puro estilo del trompe l’oreille, hiperactivos episodios industriales, referencias pasajeras varias, desde Pierre Henry hasta Pink Floyd, jadeos, murmullos y murmuraciones, fastuosos y diferenciados aviarios, silbatinas de diverso color. Me interrumpo aquí para preguntarme retóricamente: ¿qué se lamenta con ese Lacrymosa? Aquello otro, ¿era el Pájaro Loco dándole con furia a la madera, o fuego de fusiles automáticos? ¿Analogía de helicóptero o de taladro neumático? Continúo: el violín huasteco disgregado y granulado, y la importante advertencia de que sirena de cabaret, perdición de los marineros. Me interrumpo de nuevo: ¿será lícito mencionar sonidos espaciales? Yo qué voy a saber, si nunca he estado allá; sospecho que Javier sí fue y volvió. Y como un elemento omnipresente, el metal, siempre el metal. No del tipo trompeta-trombón-tuba, ni del tipo Black Sabbath o Iron Maiden, sino el vasto arsenal de sonidos metálicos inventados y procesados por el compositor que imparten identidad y resonancias particulares a su importante obra electroacústica. Como cualidades generales de las obras escuchadas encontré un uso experto de los recursos técnicos, un oído omnívoro al que nada se le escapa, un gran trabajo de gradaciones dinámicas y contrastes tímbricos y texturales, todo ello sazonado con la ironía propia del pensamiento musical (y humano) de Javier.

En el entendido de que las presentaciones en el EES no presuponen un formato tradicional de público-quieto-frente-a-ejecutantes-inamovibles, uno de los aspectos interesantes a observar durante una visita a este espacio es la itinerancia, variabilidad y reciclaje de los asistentes. Sobre este asunto, van estos datos: al inicio de la sesión, éramos 22. Unos minutos después, llegó un grupo de visita guiada del MUAC y entonces fuimos 43. A la usanza tradicional, el grupo fue carrereado por su guía, y se fueron a los pocos minutos. De ahí en adelante, el esperado vaivén de asistentes; al final fuimos 16 y, de entre todos estos ornitófilos sonoros de entrada por salida, sólo tres asistimos a la sesión entera de 70 minutos. Y, ¿cómo lo hicimos? De la mejor manera para realmente aprovechar el EES: tirados (panza abajo o panza arriba, al gusto del oyente) en el centro del piso de la sala, que es el mejor lugar para escuchar.

Debo decir que disfruté doblemente el viaje a esta Península de pájaros porque, apenas un par de días antes, viajé a otra península, la de Yucatán y, finalmente, conocí el estudio de Javier en Mérida. Un lugar abigarrado, variopinto, lleno de mil cosas, aparentemente caótico, pero con un orden interno muy sui géneris. Es decir, tal y como es la música de Javier. Y sí, a través de la ventana de su estudio se alcanza a ver la veleta...