Opinión
Martes 26 de septiembre de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Negocios y empresas

La maldita deuda

Miguel Pineda
E

ndeudarse tiene una connotación negativa en el imaginario popular. Es un signo de que el dinero no alcanza para sobrevivir o para hacer frente a las necesidades básicas de una persona o un país.

Un caso concreto es cuando Jesús Silva Herzog, secretario de Hacienda con López Portillo y Miguel de la Madrid, señaló que teníamos un ligero problema de caja. La realidad era que el país se encontraba técnicamente quebrado y no había dinero para pagar la deuda. Ahí empezó la debacle financiera, causada por el derroche generado por Luis Echeverría y López Portillo.

Un elemento a destacar es que cuando un país se endeuda en exceso al principio todo funciona bien: la economía crece, se genera empleo y la población recibe parte de los recursos. Así se presentó la administración de la abundancia, con López Portillo. Sin embargo, si no se cuenta con dinero para pagar los pasivos, como sucedió entre 1970 y 1982, los excesos se pagan en el futuro.

Cuando llegó al poder Echeverría, la deuda pública externa era de 4 mil millones de dólares en 1970 y al culminar López Portillo su mandato en 1982 llegó a 63 mil millones de la divisa verde; es decir, los pasivos del gobierno se multiplicaron casi 15 veces en 12 años. Por esos malos gobiernos derrochadores vivimos una profunda crisis a lo largo de más de una década que culminó 12 años después, con el error de diciembre de 1994.

A raíz de esa experiencia, el gasto público se ha controlado con buenos resultados. El manejo de las finanzas públicas ha sido conservador y la deuda del gobierno equivale a menos de 50 por ciento del PIB, frente a más de 100 por ciento en Estados Unidos.

Sin embargo, para el final del sexenio se platea un presupuesto en el que la deuda pública aumentará y se utilizará principalmente para el gasto social, para Pemex y la CFE, y para la conclusión de obras emblemáticas. El problema es que el incremento de los pasivos se puede traducir en crecimiento de la inflación, devaluación y en una baja en la calificación financiera del país, lo que encarecerá el pago de intereses.

La maldita deuda de nuevo estará presente y siempre tiene sus riesgos, sobre todo al final del sexenio.